
Como todo chucho que se precie, la actividad favorita de Nelo es salir de paseo. Desde el primer día, ha tenido una costumbre bien curiosa: en cuanto ve que agarro la correa, se abre de patitas y descarga la vejiga en medio del jardín, como quien dice, para ir más cómodo. Durante todo el paseo, va contento, olisquea, corre, saluda a sus amigos, juega con ellos, pero no hace ni un solo pipí. En cuanto llega a casa, vuelve a descargar la vejiga, esta vez con cara de: ¡Uf, menos mal que hemos llegado, no aguantaba más! No ha entendido que salimos de paseo, entre otras cosas, para hacer pipí, precisamente. En su lógica, funciona más o menos como yo, que también hago un pis antes de salir de casa y otro nada más regresar, pero no creo que lo haga por imitación, a fin de cuentas, también tiene a su madre perruna que le da otros modelos.
Nelo es bueno, obediente, sociable... es un perrito ideal, pero por alguna vanidad insondable, está empeñado en ser protagonista del Encantador de perros (ya dije que tiene vena de actor). Todas esas lindezas de carácter se desvanecen cuando yo no estoy. Me voy de casa, le dejo unas horas solo, mejor dicho, con su madre canina, y desarrolla algún tipo de trastorno emocional que se manifiesta en la destrucción masiva de todo lo que tiene a su alcance. Se ha comido libros, cargadores de aparatos electrónicos, agendas, estuches de gafas, carpetas de plástico, portafolios, macetas, botellas de agua vacías, cojines, las fundas de las tumbonas y todo tipo de objetos domésticos. Día a día va ampliando el campo de batalla. Ayer atacó la parte de atrás del patio, una zona hasta entonces virgen. A tal punto ha llegado la tragedia que, en un arranque de enajenación lo amenacé: "Te llevo a la perrera. O esto se arregla o acabas en la perrera". Pero no surtió efecto, probablemente porque sabe que no lo haré. Así que he tenido que llamar al psicólogo, un etólogo de esos. Mañana tenemos la primera visita. A ver qué ocurre.
Continuará... (y espero que bien)