Como escritora, diría que en mi país no me
conoce ni mi vecina, pero en EEUU las hispanistas se hartan de hacer estudios
sobre mi obra. Cuando vienen a mi ciudad, suelen contactarme y yo acepto
encantadísima tener una charla, siempre agradable, con ellas. Eso ocurrió ayer,
pero el accidentado encuentro tuvo visos literarios tan evidentes, que no me
resisto a contarlo.
El primer tropiezo surge en casa, al darme
cuenta de que el mail para concretar lugar y hora no fue enviado. Por fortuna,
¡bendita tecnología!, mi contactante, profesora en una universidad
californiana, me había pasado un móvil con un bendito whatsapp.
Armada la cita, bajo en mi coche a la
estación para tomar el tren, la opción más cómoda. Me siento junto a una peculiar señora que me pregunta si he
entendido lo que han dicho por megafonía, al parecer ¿retrasos de hasta 40 minutos? Vaya. Salgo
a preguntar al joven de la ventanilla quien, con la amabilidad propia de un
empleado de Renfe, me anuncia que están atendiendo a una persona en Trionf y
que el volumen del retraso es imprevisible. Con la señora comentamos que “manda
narices” ya podían tener un detalle con el prójimo a la hora de abandonar este valle de
lágrimas; le anuncio que no puedo esperar tanto, voy a ir en mi coche y ella se
me apunta.
—¿Usted podría llevarme al pueblo de al
lado? ¿Sería tan amable?
—Claro, claro… faltaría más.
En el parquing de la estación empiezo a
inquietarme, la lentitud de su paso amenaza con hacerme llegar más tarde incluso
que si esperara el tren.
—Quédese aquí, ya le traigo yo el coche —le
ofrezco, pero no cuela.
—Uy, no nena! —se detiene— si yo cada día
hago… —y se está unos minutos parada contándome su recorrido habitual —… así
que no vendrá de unos cuantos pasos más.
El rocambolesco ayuntamiento al que tengo
que dirigirme para coger el tren nos obliga a hacer recorridos más que
disparatados para encarar el vehículo hacia su destino, con lo que invertimos
también un tiempo considerable hasta llegar al pueblo de la señora que, además
está en obras, una sola vía de entrada, una cola de mil demonios y una serie de
listos al volante colándose por el carril izquierdo. Pero la conversación ha
sido agradable y la amable mujer, en su infinito agradecimiento, me anuncia:
—No sé que vas a hacer a BCN, pero voy a
poner una vela para que te vaya muy bien. Yo creo mucho en estas cosas.

Llegué a tiempo, solo tuvo que esperarme
unos 5 minutos y sí, la vela funcionó, con un poco más de suerte, podré viajar a
California aceptando una invitación para conversar con el alumnado y, ya que
estamos, visitar San Francisco.
Moltes gràcies, senyora meva!!
Mafalda