No participé en las
jornadas ni soy madre (ni padre) por lo que incluso yo misma me preguntaba qué
estaba haciendo allí. Tampoco sabía muy bien si tenía que inaugurar o clausurar
el acto, pero lo que sí tenía claro era que iba a hacerlo desde el corazón, el
sentimiento, las emociones... en resumen, desde el kleenex. Porque cada vez que
me tocan lo emocional me hago un hartón de llorar. Dice una amiga mia que
llorar es bueno, que te limpia por dentro. Por eso en el colectivo LGBT tenemos
el interior como una patena.
Es cierto que no tengo hijos ni hijas
pero tengo un gato (como bien sabéis las seguidoras de este blog) que me salió
rarillo; a mi no me importa, siempre le he dicho que haga lo que quiera, pero
me toca aguantar comentarios de amigas y vecinas que le presuponen sus
tendencias.
— ¿Y no lo cruzas? ¿Cuándo va a tener
novia?
¿Para qué? si él con quien está feliz es con su
amigo. Se lo montan super bien y no hacen daño a nadie. Lo único
que les digo es que se casen. Que sean lo que quieran, pero normativos.
Tener descendencia es mucha
responsabilidad. Una amiga mía está embarazada y no ha querido saber el
sexo de la criatura para no imponerle roles de género. No lo sabrá hasta que
entre en la pubertad, así no influirá en su opción. Me parece correcto, el
único inconveniente es que tendrá que cambiarle los pañales boca abajo.
Es de esas personas que viven
más de hipótesis que de realidades. Dice:
—¿Y si me sale… —salir,
salir, algún día saldrá, pienso yo; de una forma u otra, todos acaban
saliendo—...rarito o rarita? —concluye— Mi prima sufre mucho porque tiene una
hija LGBTQ.
—¿Todo a la vez? —exclamo—¡Qué
barbaridad!
No, por lo visto, la niña es B, pero ya se sabe que de la B a la L hay un paso, si luego transita a la T y se enamora de un tío, acaba siendo
G. Para mi amiga, eso es un follón y un sufrimiento a cada paso y ella, lo
único que quiere es que su hijo o hija no sufra. Pero ¿qué necesita una criatura para no sufrir en esta vida?
—Ser hetero —dice—, de raza blanca
—claro porque tanto ella como el padre lo son y si el bebe nace amarillo o
tiene ictericia o ellos tienen un problema—; bien parecido, talla 38, estatura
media, inteligente, pero sin pasarse (l@s superdotad@s también sufren mucho); y
que no le falte ni le sobre nada.
—Pues, no sufrirá, pero será de un
anodino, mediocre y normativo, que ¡menudo aburrimiento! Además, puede salirte
cosas mucho peores —le digo—. ¿Te imaginas tener un hijo torero en
Catalunya? O psico killer… O monja. Si te sale monja ¿qué?
—¡Yo encantada! —afirma— Sería
maravilloso tener una Forcaditas en casa. (la monja con pantalones ha puesto el
listón del hábito muy alto)
—Tambien puede salirte banquero —sigo yo— o
ministro españolizante o marido de infanta… ¿No es peor eso?
— Siiii, es peor… pero Urdangarin hace
meses que no paga la hipoteca y no van a desahuciarlo. En cambio, si mi
hij@ es homosexual, tendrá que enfrentarse al rechazo, la discriminación,
el bulling escolar… Y al paso que vamos, el día
menos pensado acaba en la cárcel. Y lo peor es que todo habrá sido por
culpa mía, por no haber hecho las cosas bien.
Qué afición tenemos a culpabilizarnos
por responsabilidades ajenas.
—Métete esto en la
cabeza —le digo—: la culpa es de un sistema que quiere tener las mentes y los
cuerpos bajo control y condena todo aquello que se sale de la norma. No son las
personas las que tienen que adaptarse a la sociedad sino la sociedad la que
tiene que adecuarse a las personas. No se trata de crear modelos estándar, sino
de forjar una sociedad que incluya todos los modelos. ¡Mira que es fácil, ¿eh?! Pues no hay
manera.
Por eso es tan importante organizar jornadas como estas,
para visibilizarse, empoderarse, subvertir el pensamiento único, seguir
trabajando por nuestros derechos y llorar juntos y juntas, a ser posible,
de risa.
No hay frase del dia que el texto es muy largo