martes, 25 de julio de 2017

California dream

Como escritora, diría que en mi país no me conoce ni mi vecina, pero en EEUU las hispanistas se hartan de hacer estudios sobre mi obra. Cuando vienen a mi ciudad, suelen contactarme y yo acepto encantadísima tener una charla, siempre agradable, con ellas. Eso ocurrió ayer, pero el accidentado encuentro tuvo visos literarios tan evidentes, que no me resisto a contarlo.
El primer tropiezo surge en casa, al darme cuenta de que el mail para concretar lugar y hora no fue enviado. Por fortuna, ¡bendita tecnología!, mi contactante, profesora en una universidad californiana, me había pasado un móvil con un bendito whatsapp.
Armada la cita, bajo en mi coche a la estación para tomar el tren, la opción más cómoda. Me siento junto a una peculiar señora que me pregunta si he entendido lo que han dicho por megafonía, al parecer ¿retrasos de hasta 40 minutos? Vaya. Salgo a preguntar al joven de la ventanilla quien, con la amabilidad propia de un empleado de Renfe, me anuncia que están atendiendo a una persona en Trionf y que el volumen del retraso es imprevisible. Con la señora comentamos que “manda narices” ya podían tener un detalle con el prójimo a la hora de abandonar este valle de lágrimas; le anuncio que no puedo esperar tanto, voy a ir en mi coche y ella se me apunta.
—¿Usted podría llevarme al pueblo de al lado? ¿Sería tan amable?
—Claro, claro… faltaría más.
En el parquing de la estación empiezo a inquietarme, la lentitud de su paso amenaza con hacerme llegar más tarde incluso que si esperara el tren.
—Quédese aquí, ya le traigo yo el coche —le ofrezco, pero no cuela.
—Uy, no nena! —se detiene— si yo cada día hago… —y se está unos minutos parada contándome su recorrido habitual —… así que no vendrá de unos cuantos pasos más.
El rocambolesco ayuntamiento al que tengo que dirigirme para coger el tren nos obliga a hacer recorridos más que disparatados para encarar el vehículo hacia su destino, con lo que invertimos también un tiempo considerable hasta llegar al pueblo de la señora que, además está en obras, una sola vía de entrada, una cola de mil demonios y una serie de listos al volante colándose por el carril izquierdo. Pero la conversación ha sido agradable y la amable mujer, en su infinito agradecimiento, me anuncia:
—No sé que vas a hacer a BCN, pero voy a poner una vela para que te vaya muy bien. Yo creo mucho en estas cosas.
A paso ligero, aunque respetando, más o menos, los límites de velocidad, llego a la ciudad con el tiempo justito y, bendita vela, encuentro aparcamiento pronto. Pero al ir a la máquina para incrementar las arcas municipales con la exorbitada tasa de estacionamiento, me encuentro a un turista (raro, sí) estudiando el artilugio y un afable oriundo explicándole cómo funciona. Un tic tac de película de terror se instala en mi cabeza porque además de ser ansiosa, odio llegar tarde a una cita y más después de tantos esfuerzos por mantener la puntualidad. Agarro al turista, me planto delante de la máquina y le digo: “Look at me” mientras pongo las monedas mostrándole con didáctica voluntad el funcionamiento del parquímetro. Finalizado el ejercicio, le muestro el ticket: “Ves qué fácil” y corro a ponerlo en un lugar visible de mi automóvil.
Llegué a tiempo, solo tuvo que esperarme unos 5 minutos y sí, la vela funcionó, con un poco más de suerte, podré viajar a California aceptando una invitación para conversar con el alumnado y, ya que estamos, visitar San Francisco.
Moltes gràcies, senyora meva!!

 La frase del día: Empieza el día con una sonrisa, verás lo divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo. 
Mafalda

sábado, 8 de julio de 2017

Adiós Nerito


Mi anterior vecino, que era traductor, tenía un gato negro. Una noche, al volver a casa vi que se había duplicado. Me recriminé a mi misma haber bebido tanto en la cena y, en consecuencia, haber conducido en estado de embriaguez, pero no, había dos gatos.  El traductor ya tenía bastante con uno, así que lo echó, jarra de agua mediante, y el angelito vino a refugiarse a mi casa. Lo acogí y cubrí sus necesidades básicas: vivienda, alimentación, mimitos y veterinaria, hasta que vinieron a ocupar la casa de al lado unas nuevas vecinas, amantes de los gatos, y pasó a un régimen de custodia compartida. Siempre fue un gato discreto, nada pendenciero, mimoso y buenín, probablemente, el gato más bueno que ha pasado por estos lares. Tuvo una buena vida, mejor que la de muchas, muchísimas personas que también buscan refugio. Ayer se fue para siempre con una dignidad a la que tampoco pueden acceder todos los seres humanos. Es lo que me repito, como consuelo siempre que pierdo a uno de esos pequeños compañer@s de vida. Adiós Nerito, gatito pacifista y maricón, protagonista de este celebrado monólogo por el que siempre será recordado.

La frase del día: Usemos la lengua para todo menos para herir
Gloria Fuertes