La
segunda temporada de Polseres vermelles (estrenada ayer noche en Antena 3 y en castellano
con el título de Pulseras Rojas) se rodará en mi pueblo y buscan figurantes. ¡Qué inmensa
suerte! La vecina me anima a que nos presentemos. No puedo negarme; por fin
podré superar mi frustrada vocación de actriz. Y pienso llevar también a Nelo
que desde que vio a un colega suyo recoger un Oscar no ha parado de pedirme que
lo lleve a un cásting. Además, se trata de una serie que transmite unos valores
humanos indiscutibles y que ha convertido en auténticos héroes (eso es lo que más,
o quizás lo único, que le admiro) a aquellos niños que la enfermedad condenaba
a la compasión y el rechazo. Y cuando digo niños, como es mi costumbre, digo
niños y no niños y niñas. Ya en el primer capítulo (y en algún spot
promocional) se expone que un grupo está compuesto por (copio las
palabras de Lleó, el protagonista): “El
líder, el guapo, el listo, el imprescindible, el segundo líder —que sería líder
si este no estuviera— y la chica”. Obvío el hecho de que la chica padece una
dolencia propia de la feminidad occidental, lo que me preocupa es que “chica”
sea una categoría en sí misma. Según esta teoría de composición de grupos,
queda claro que la chica no puede ser ni líder ni sublíder; imprescindible lo es
porque si no estuviera, el grupo sufriría una inadmisible carencia; guapa tiene
que serlo a la fuerza, “la chica de la película” siempre es una de esas bellezas que apenas se encuentran fuera de la pantalla.
Me queda la duda de si puede ser lista o no. “La chica de la película” no se ha
distinguido nunca por su inteligencia (o digamos casi nunca para que no nos
tachen de radicales), en cambio como florero suele hacer muy buen papel.
No sé si por este pequeño detalle se
podría acusar a la serie de machista y Diosa me libre de hacerlo, con la
riqueza moral que aporta, el éxito arrollador que ha tenido y el gasto de
Kleenex que ha generado. Pero, como dice el dicho, le falta el canto de un
duro. Por esta razón propongo hacer una contraserie con el título Collares violetas, que se desarrolle,
pongamos por caso, en una casa de acogida en lugar de un hospital. Pongamos que
convierte a las hijas de mujeres maltratadas en abanderadas de la lucha contra
la llamada violencia de género (no sé si bien o mal llamada ya que siempre es
violencia de un género contra el otro). Pongamos que transmite valores
feministas. I pongamos que el grupo está formado por: la organizadora, que
tiene visión de conjunto; la diligente, activa y eficaz; la manitas, que todo
lo arregla; la astuta, que pone el ingenio; la interesante, con su cuerpo y su
rostro de belleza imperfecta; y el chico, que no sé muy bien qué papel haría,
pero claramente decorativo. Y le añadiríamos el perro, no solo por la propensión
de mi Quillo a ser actor, también como homenaje a la Georgina de Los cinco, heroína literaria de
nuestra infancia, tan desgarbada y poco femenina, siempre acompañada de su
chucho y, casualmente, creada por una mujer.
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