lunes, 12 de noviembre de 2012

Mis encuentros con la beata

¿Por qué no contarlo? Hay intimidades inconfesables y esta no lo es.
Estuve en Roma el fin de semana. Hacer un paréntesis en el espacio vital te distrae y parece que la pena se alivia. Pero la mente no suele ir de acuerdo con la distancia y el domingo me desperté con una tristeza ancestral y el recuerdo de Nua dormida en mis brazos. Salí, como es mi costumbre el último día, a despedirme de mi segunda ciudad y rendir culto a la beata Ludovica, cuyo éxtasis siempre me ha provocado una envidia insana (lo confieso). 
Suelo escribir mucho en esos paseos. Las palabras llegan solas como transferidas por el silencio de la mañana dominical y el traqueteo por el asfalto (quien conoce esta ciudad sabe que andar por su adoquinado es deporte de riesgo). Y también suelo dar un montón de vueltas sin ton ni son intentando encontrar el camino justo; la orientación no es mi fuerte y en Roma ni Dios, aunque está en todas partes, te indica una dirección con un mínimo de exactitud. Así que me recorrí el barrio a modo de tiovivo, con un calor y una humedad más propias de las tardes de agosto que de una mañana otoñal, hasta llegar, agotada y sudorosa, a la iglesia de S. Francesco a Ripa, donde mora Ludovica y donde puse los pies la primera vez que llegué sola a Trastevere en un microbus que parecía de juguete.
Ya sabéis que me gusta mucho fantasear, pero inventar, invento poco. Había salido de casa abrigada (y soplaba siroco), con gafas de sol y sin libretita donde tomar apuntes, confiando en mi nuevo equipo tecnológico al que hablas y te escribe lo que dices... o lo que entiende, porque me ponía cosas como Arantxa o bombones, que son bonitas, pero ni las había dicho ni me servían. Además, hablarle al aparatito dentro de la iglesia me parecía descortés (una es agnostica pero respetuosa). Por ese motivo, tuve que volver a vagabundear en busca de un cuaderno. Y lo encontré, vive Dios! Va a poder conmigo un adoquinado !!! Y regresé al templo.
Si la pasada Navidad viví una auténtica odisea para ver, solo de refilón, a la beata, en esta ocasión, finalizados ya los trabajos de acondicionamiento, restauración o lo que fuera que me impidió acercarme a ella, era una simple pero infranqueable cadena la que me barraba el paso. Pregunté a un empleado, llámesele monaguillo o gorila eclesiástico, quien con la amabilidad propia de la curia romana, me espetó que no era posible visitarla hasta después de la misa. Paciencia. Me situé entre la feligresía y esperé con cristiana obediencia a que acabara la ceremonia (iban por ese bello acto de darse la paz). Renegué para mis adentros, me tragué la comunión (en sentido figurado, claro está) y permanecí quietecita hasta aquello de "La messa é finita, andate in pace". Llegado ese momento, pude por fin acercarme a la beata para ofrecerle mi saludo. Un éxtasis como el suyo bien merece perseverancia. "Cuídame a la Nueta", le dije. Y salí de la basílica en paz conmigo misma, con la beata y con la memoria de Nua que ahora imagino a los pies de Ludovica. A su recuerdo y a sus mejores hazañas dedicaré unas cuantas entradas. 
Como en un ciclo que se repite en mi vida hasta el convencimiento absoluto, al salir de la basílica encontré un cielo espeso de nubes que empezaban a soltar las primeras gotas de una tormenta que coleaba todavía al despegue del avión (no tengo miedo a volar, pero me mareo en un patinete, así que mejor que no se mueva mucho). Me subí las solapas de la chaqueta, a lo Bogart, me calé las gafas de sol y miré al cielo. Siempre he asociado la lluvia a la pérdida. No me preguntéis por qué, probablemente llovía cuando ella se fue.

No hay frase del dia. Gracias por todos los mensajes de ánimo y condolencia

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bello texto Franky, precioso, sentido....
otro abrazo lleno de mimo