A cuatro patas

Ya he dado mi clownferencia en la universidad y parece que ha gustado. Mañana me toca el taller. Pero el día ha empezado en la veterinaria. Tula tiene problemas en la piel, le han puesto campana (sin duda, muy incómoda), así que no paramos de mimarla, hacerle carantoñas y susurrarle lisonjas al oído. En la casa de al lado vive una labrador llamada Yoyo y una gata -negras y sociables ambas- de nombre Inky; cuatro patas por todas partes. Para acabarlo de redondear, después de la charla, me han llevado a comer alligator -sí, sí, caimán-, y debo reconocer que estaba rico. Por supuesto, lo han servido en trozos pequeños, muy doraditos y con una salsa de vaya-usté-a-saber-qué. No pienso explicarle a Nelo estos particulares sobre mi viaje, es demasidao sensible.

Ahora -a última hora de la tarde, antes de la cena e immediatamente después de una merienda copiosa a base de lo-que-sea muy condimentado y el susodicho alligator-, escribo esta nota con Tula a mis pies. Me gusta su compañía y esa deferencia canina de mostrar su agradecimiento en silencio, sólo su presencia y un silencio tranquilo y mórbido. En mi charla -entre otras referencias- he explicado la razón por la cual l@s perr@s agitan la cola cuando está content@s. No es sólo un código para comunicar su estado de ánimo. Al igual que en la especie humana, la euforia les provoca la secreción de endorfinas (la hormaona de la alegría) que expande a su alrededor a base de coletazos a fin de contagiar su felicidad a quien esté cerca. Todo un acto de generosidad. ¡Ay, virgencita, cuánto nos pueden llegar a aportar estas criaturas de cuatro patas y qué bestias llegan a ser algunas humanas!

Seguiremos informando (I promise you)