viernes, 21 de octubre de 2016

MADRID ME INSPIRA - 2

Por esas ventajas de la era moderna, miré desde el tren la combinación para llegar al hotel: ideal, L1, 9 paradas y sin transbordo. No me lo podía creer y hacía bien porque no era verdad. La L1 está de reformas hasta no sé qué día de noviembre. En la famosa Atención al cliente (obviemos el genérico) una cola que casi da la vuelta. Vale, pues salgo y pillo un taxi. Hay ascensor ¡Magnifico, no tendré que cargar maleta por las escaleras que, por cierto, no son mecánicas! Cartel de prohibido el paso en la puerta del ascensor. Vamos bien. Salgo cargando la maletita, encuentro taxi, la calle del hotel está cortada y hay que dar una vuelta que encarece el importe en varios euros.
Es cierto, en Madrid no me siento cómoda... Bueno, digamos que me agobia bastante... Está bien, de acuerdo, no la soporto y cuando voy procuro estar el menor tiempo posible, pero juro por mis mascotas que nada de lo que he contado está exagerado. Hace poco, me hicieron sospechosa de hispanofobia. Feo, teniendo en cuenta que la catalanofobia no es más que una invención de ese atajo de nacionalistas entre los que me cuento. De poco servirá decir que, simplemente, me agobia porque es caótica y no tiene mar, lo cual debe acomplejar muchísimo a sus habitantes.
Después de mi intervención (pa contarla también pero no se si tendré ganas de hacerlo) me di un supuesto paseo. En esta ciudad es difícil pasear, solo se anda y a paso ligero. Subiendo la Castellana (o bajando, porque sin mar no hay quien se oriente) llegué hasta El Corte Inglés y ya que estaba, entré a comprarle un souvenir a mi chica: un chotis, una porra... algo autóctono. Y no sé ni cómo se me pudo ocurrir ya que los grandes almacenes me provocan más alergia que la ciudad misma. Tal como entré por una puerta, salí por otra después de echarle el ojo a un fular de Tous que costaba riñón y medio.
Nelito en el pueblo
Al dia siguiente, amanece lloviendo. No hay taxis y en la recepción del hotel me dicen que la centralita no contesta, tendré que aventurarme al caos tormentoso, en todos los sentidos, para llegar a tiempo a la importante cita que tengo en una hora y media; por ella me quedé una noche, si no, habría huido despavorida aunque hubiera sido en el último AVE. Mira, es que yo vivo en un pueblo, hago horarios contrarios a las horas punta, cuando la gente va yo vuelvo...
Con la precipitación y la ansiedad por no llegar tarde, me planto en la cita con 3/4 de hora de antelación. Mi partener se retrasa 10 minutos por culpa del atasco. Definitivamente, la vida urbana no me convence. Estoy deseando pisar las piedras de mi jardín, reprobar a Nelo por alzar las patas para saludarme, tranquilizar a Xupito diciéndole que en breve le daré su latita, encender en la chimenea un fuego vivo, tumbarme en el sofá y sentir que el mundo está fuera, no ahí conmigo sino fuera.
Estos viajes son muy aburridos, por eso inspiran tanto.


La frase del día: Todo sigue gris, pero un poco menos
También es mía

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