El
caso es que fue una encerrona. Me invitan a unas Jornadas para Pacientes y
Familiares con Cáncer de Mama (se supone que los familiares no lo tienen aunque
el enunciado pueda llevar a error). A mi el término paciente ya me da repeluco,
implica paciencia y sufrimiento, dos conceptos en los que no me siento cómoda
y, en el tema concreto de la enfermedad, me convierten en objeto pasivo,
eliminan toda posibilidad de participar en mi propia curación. Pero, bueno
—pensé—, siempre está bien ofrecer una visión diferente y crítica y, por qué
no, promocionar Alicia.
Ya expuse mis
ideas sobre el tema en una articulo publicado en La Independent, hace ahora
justo un año (aquí está el link, Posicionándonos ante eso que (no) llaman cáncer, si lo leéis entenderéis mejor esta entrada)
y, además se lo envié para advertir del grado de subversión que podía tener mi
intervención; o sea, sabían de qué palo iba. El lema general de las Jornadas
era “Pensando en nosotras". ¿Quiénes? En mí, estaba claro que no pensaron
cuando decoraron de rosa todo el teatro, gesto que elogió el consejero en su
discurso: “Nunca había visto una organización tan buena, hasta el agua es de
color rosa”. En efecto, los botellines de agua, el cóctel que se sirvió a base
de limonada con fresa, los pastelitos de la merienda, incluyendo unos en forma
de lazo… todo era rosa. Me encuentro también con un discurso institucional,
mojigato y con tintes heroico-victimistas. Y todo muy políticamente correcto
hasta que me toca hablar a mí.
Algo se
encendió: por un lado, salva de aplausos espontánea que hasta a mí me dejó
impactada. “Me hacéis sentir una superstar”, agradecí a ese sector del público.
Por otro, manos que se alzan pidiendo réplica, cosa que no había ocurrido con
ninguna de las intervenciones anteriores; hasta el moderador me replicó. ¿Por
que? Pues porque me metí con el lacito rosa y como lo lucían en sus flamantes
solapas, tenían que justificarse: “Gracias al lazo rosa se consigue mucho
dinero para investigación”, dijo, y yo no añadí “…del que se lucran las
empresas farmacéuticas” porque en ese momento no se me ocurrió y ya me ha dado
rabia, ya. Bueno, algo insinué al final de mi intervención. Para acabar de
adobarlo, la doctora que se sentaba a mi lado y a la que cedí amablemente el
micro aunque era mi momento y ella ya había tenido el suyo sin interrupciones,
hizo la aclaración vital: El lazo, para ella, es un símbolo, como la cruz
judeocristiana que también luce con idéntico orgullo o más si cabe. Aplausos
del otro sector. ¿Qué pintaba yo en todo aquel montaje? Muy sencillo, una de
las organizadoras me aclaró en el intermedio, que para eso me habían traído, ¿para
agitar a las masas, poner la nota de color, clownificar el asunto, hacer de
diana? No lo sé. Estuve por huir nada más acabar mi mesa, pero vi en el hall
que se preparaba un piscolabis y yo por una merienda me dejo dilapidar. Hice
bien ya que entre canapé y canapé se me acercó un montón de gente a agradecerme
el discurso, el tono y la nota discordante. Y me aseguraron que comprarían Alicia en un mundo real. ¿Ves? Por mi parte, objetivo conseguido, promocionamos el libro.
La frase del día: Sigue gris, pero hoy, con un toquecito rosa
Misma autora
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